Viajamos una vez mas a Houston para visitar a mi familia política. Ésta vez sin acontecimientos especiales, sin bodas ni entierros, solo visitas, y la oportunidad de ampliar nuestro horizonte y viajar mas allá de la ciudad.
Apenas dos días tras el aterrizaje nos fuimos a Nueva Orleans. Solo el camino ya fue fascinante. Una parte de la carretera se encuentra, literalmente, sobre un pantano. Varios kilómetros de agua estancada rodeada de la mas espesa vegetación, dándole sentido literal a la frase «los árboles no dejan ver el bosque», sobre la que hay un puente en cada dirección con una carretera en la que, rezas, no tener un accidente o quedarte sin gasolina.
En total fueron 5 horas en las que dan para hablar mucho. Hablamos de Nueva Orleans, de la historia de la ciudad. De cuando fue España, de cuando fue Francia. Y sobretodo del huracán Katrina. La última vez que Carlos había estado en la ciudad fue antes del mismo. Se preguntaba como habría cambiado la ciudad desde entonces. Sabemos los hechos. Katrina golpeó la ciudad en 2005. Los vientos y las lluvias eran fuertes, pero la ciudad aguantaba, y nada parecía augurar el desastre que fue. En cierto momento reventaron los diques en mal estado que rodean la ciudad y el agua subió y subió y subió. El primer piso. El segundo. La gente subida a los tejados, sin agua, sin comida, empapados en aguas sucias, esperando, helpless. Bush no envió ayuda en días, multiplicando la tragedia exponencialmente. Unas 1800 personas murieron. Cuando por fin se evacuó, muchos de ellos se refugiaron en Houston. Abrieron el estadio como centro de emergencia. Miles de personas acudieron. Carlos y su padre estuvieron ayudando como voluntarios. Carlos recordaba historias horribles de escapes desesperados, familias separadas, miradas perdidas y eccemas en la piel. Historias de pobreza que empeoraron tras la reconstrucción, llevada a cabo por grandes empresas en busca solo de su propio beneficio.
Aquella tarde-noche visitamos el French Quarter. Una desproporcionada cantidad de músicos de jazz de gran talento se repartían por una ciudad visiblemente pobre, llena de tradiciones y de rincones emblemáticos, luchando por sobrevivir a pesar de estar claramente prostituida al turismo de borrachera. Al día siguiente, entre el calor insoportable, los dolores menstruales, y un jet lag persistente, recibimos la horrible noticia. Barcelona había sido golpeada por un ataque terrorista. Los rumores se mezclaban con los hechos y durante las primeras horas era difícil hacerse una clara idea de qué había pasado. Me aseguré de que mi familia estuviera bien, también de que aquellos amigos que trabajan junto a las Ramblas estuvieran ilesos. Y no supe qué mas hacer. A quien llamar. A quien preguntar. Literalmente todas y cada una de las personas que conozco en Barcelona o los alrededores podían haber estado allí. De paseo. Podían haber sido atropelladas. Solo hacía que actualizar una y otra vez la alarma de facebook, esperando que la gente hiciera click en «estoy bien». Carlos recibió una llamada del New York Times pidiendo cobertura del atentado, al día siguiente volvimos a Houston.
De vuelta pasamos, eso si, por el parque natural de Atchafalaya para ver si podíamos adentrarnos en un pantano. Pero el desconocimiento de la zona, la certeza de estar en el habitat natural de los caimanes, los mosquitos, y el temor de que apereciese un blanco con escopeta y una bandera confederada, nos hizo durar poco. Teníamos un sabor de boca extraño. La tristeza de lo ocurrido se sumaba al no poder estar ahí. Como si le fallara a mi ciudad, a mi hogar, a mi gente, por no sufrir el luto con ellos. Una especie de sentimiento de culpa por estar de vacaciones mientras los demás lloran. Así como la alegría que supone la oportunidad de escribir en el NYT sumada a la tristeza de aquello que uno tiene que escribir. He aquí su artículo.
Pasaron varios días de digestión lenta de emociones, entre fact checking, visitas a amigos y familiares, y un eclipse solar. De ahí nos sumamos a Marta, Jose, Sara y Marko, y nos fuimos de visita a Austin.
Otro camino fascinante. Recuerdo un instante. Un ave gigantesca batió sus alas delante nuestro y pasó por encima del automóvil. Quizás un águila, quizás un buitre. Se marchó hacia el horizonte sin montañas, hasta convertirse en un punto negro en el cielo azul. En la llanura, algunos árboles grandes de sombra espesa protegían del sol a vacas de cuernos largos. De fondo una refinería que parecía una fábrica de nubes. Las nubes parecían hechas de algodón, dulces, comestibles, casi al alcance de la mano.
Había estado en Austin anteriormente, pero durante apenas un día. Nunca tuve la sensación de conocer la ciudad. Ésta era la oportunidad. Austin es una extraña pero perfectamente balanceada mezcla entre una ciudad muy hipster y muy tradicional-tejana. Como ciudad universitaria tiene mucha juventud, vida nocturna y buena música en directo de todo tipo. Houston tiene una enorme comunidad latina y Nueva Orleans es principalmente negra. Austin es muy blanca. Las tres demócratas.
Cada día, al anochecer, ocurre un espectáculo de lo más interesante en la ciudad. Bajo el South Congress Bridge viven cerca de un millón y medio de murciélagos que, cada día, salen de su escondite en un chorro continuo y veloz que dura entre 2 y 3 horas dispuestos a pasarse la noche comiendo mosquitos. Solo se les puede ver durante la primera media hora, después la falta de luz lo impide, pero cada día del año se reúnen cientos de personas sobre y al rededor del puente para verles partir. Visualmente el fenómeno es menos espectacular de lo que es el concepto. Pero la experiencia es bonita y recomendable.
Como cada año en verano en el golfo de México, es época de huracanes. Muchos se forman, pocos llegan a tierra, cuando lo hacen pierden mucha fuerza. Algunos son solo molestos, otros peligrosos. En cualquier caso uno solo puede echarle un ojo a la sección del tiempo de las noticias o visitar la página nacional del clima, donde observar los radares, leer las predicciones, y esperar a ver qué ocurre. Estando aun en Austin, pasando el día en el río, parecía claro que el huracán Harvey se nos iba a acercar demasiado. No solo el radar, también el cielo empezaba a avisar, llegaban las primeras lluvias.
Volvimos a Houston y suspendimos el que iba a ser el último fin de semana del viaje en Texas, que teníamos la intención de pasar todos de barbacoa en la casa de Galveston. Galveston fue la primera ciudad en EEUU en tener electricidad. Su gran puerto la convertía en una ciudad aventajada, la capital del sur. Pero estar en esa costa tiene sus consecuencias. Un huracán la destruyó casi al completo en el año 1900. La capital económica se trasladó a Houston, mas al interior, mas a salvo. Las casas cerca de la playa que se construyeron desde entonces están sobre pilares, estando el primer piso vacío (mas allá del garaje), para proteger los hogares de las inundaciones, pero son totalmente de madera y no soportan muy bien el viento. Así que si se acerca un huracán, no quieres estar allí. Nos quedamos en Houston.
Se iba acercando Harvey y el nivel de alarma general iba subiendo. Nuestro vuelo de vuelta debía partir lunes y todo apuntaba a que lo perderíamos. Ya se estaban suspendiendo todos los vuelos del fin de semana en prevención y el lunes no sería menos. La gente empezaba a provisionarse de agua, comida y gasolina. Uno quería estar tranquilo, quería creer que nada pasaría. Que el huracán perdería fuerza al tocar tierra. Que estaría lejos y no nos alcanzaría. Pero Harvey crecía, se aceleraba, y venía directo. La gente hacía bromas. Se lo pasaba bien. Se aprovisionaban, también, de cerveza, vino y snacks, y pensaban en hacer una hurricane party, convencidos de que lo único que ocurriría era que estaríamos aislados unos días. «Vas a vivir una experiencia 100% huostoniana» me decían con alegría, pero no me hacía la más mínima gracia, quería irme a casa, pero ya era tarde, Harvey estaba demasiado cerca y volar era peligroso.
El sábado por la noche fue la peor noche. Sara y Marko estaban en casa de Pablo y Kelly. Marta, Jose, Carlos y yo estábamos en casa de sus padres, Jorge y Conchita. En casa de sus padres había entrado algo de agua durante las tormentas de hacía 3 años. En la casa de Pablo no lo sabemos, llevan solo un año viviendo allí. Llevábamos dos días de lluvias suaves, pero el sábado todo cambió. Harvey tocó tierra en Corpus Cristi, y mientras los vientos del ojo del huracán les golpeaban a ellos, la cola del huracán, la que llaman la parte sucia, que contiene grandes cantidades de lluvia, estaba encima de nosotros.
Houston tiende a inundarse. Es una ciudad pantanosa que se encuentra bajo el nivel del mar y las lluvias tropicales que hay cada verano no pasan desapercibidas. La ciudad está, en teoría, preparada. Tiene mas de 100 bayous repartidos por toda la ciudad, muchos de ellos edificados para asegurar la gran capacidad de los mismos, que drenan el agua de toda la ciudad en caso de inundación. Además, las amplias zonas verdes que hay por toda la ciudad absorben el agua de la lluvia con relativa facilidad. ¿Cuál es el problema? Por un lado, el crecimiento de la ciudad ha edificado en muchas zonas que deberían seguir estando libres. Por otro lado, las lluvias son, año tras año, mayores, y lo que era suficiente para drenar la ciudad hace una década, ha dejado de serlo. En el momento en que los bayous se llenan mas rápido de lo que drenan y desbordan, se crea el desastre. El nivel del agua empieza a subir en las calles y poco a poco alcanza las casas. Una vez el agua entra en tu casa estás perdido. El agua está sucia y puede tardar días en bajar, así que todo lo que toque el agua es basura: suelo, muebles, y lo mas importante, paredes. Las paredes se han de retirar lo antes posible para que las vigas, que son de madera, respiren y no se cree moho. Si el agua y el moho dañan demasiado la estructura, hay que echar la casa abajo.
El sábado por la noche, cuando nos fuimos a dormir, los bayous ya habían desbordado y la calle frente a la casa era un río. Lo que algunos había creído que iba a ser divertido empezó a perder la gracia. El radar no mostraba buenas noticias. Nos esperaban horas y horas de lluvia muy intensa. A las 4 de la mañana nos despertó mi suegro. Había empezado a entrar agua en la casa, primero por el baño, luego por una habitación, luego por otra. Estaba entrando agua por toda la casa poco a poco pero sin parar. Hicimos las maletas y las pusimos sobre el mármol de la cocina, nos aseguramos de tener los pasaportes seguros y localizados, nos subimos al sofá y esperamos. Esperábamos una tregua, que parara, que dejara de llover, que bajara el nivel del agua. O esperábamos a no poder esperar mas y evacuar. Solo esperábamos.
Marta, Jose y yo estábamos con la perra en el sofá. Nunca habíamos vivido algo así, esperábamos órdenes. Carlos, Jorge y Conchita daban vueltas, hablaban, sopesaban, decidían. El agua seguía subiendo. Ya llegaba a media pierna dentro de casa. La perra, Ubiña, estaba muy inquieta, le tiene miedo al agua. El parqué flotante se iba hinchando, las placas se iban desmontando, creando peligrosos ángulos. Pisabas en un lugar, todo crujía y los muebles del otro lado de la habitación se movían. Antes de que el agua alcanzara los enchufes, quitamos la luz. Sin el aire acondicionado, se creó un ruidoso silencio. Aun estaba amaneciendo y las espesas nubes no dejaban pasar casi luz. Estaba oscuro y solo se oían dos cosas: lluvia y ranas. El mas intenso era el sonido de las ranas. En mi mente, mientras abrazaba a la perra y veía el nivel del agua subir, cantaba una nana a la lluvia, y pedía por favor ser de los que ayuda, y no de los que necesita ser ayudado. Durme meu neno durme…
Debían ser las 9 de la mañana cuando el agua ya había empapado por debajo el sofá de cuero y empezaba a traspasar, nos mudamos a la cama, un poco mas alta, donde había estado el gato Nemo todo este tiempo. No duramos mucho allí. Era evidente que debíamos desalojar. El agua en la casa llegaba por la rodilla y empezaba a colarse por las ventanas. Mi suegro habló con el vecino de al lado, una familia de migrantes chinos, con una casa de dos pisos. Ellos ya estaban arriba, obvio. El garaje también disponía de un segundo piso, una habitación con un mini porche, sin baño, al que se accedía desde el jardín trasero y del que abrieron las puertas para nosotros. Agarramos lo básico (pasaportes, agua, móviles…) y nos fuimos los 6, con la perra en brazos de Jorge, y el gato envuelto en una toalla en los míos.
Allí estuvimos las siguientes 6 horas. Durante las treguas de lluvia veíamos helicópteros de rescate inspeccionando la zona, rescatando gente de los tejados. Nos alegramos de no ser uno de ellos, de no necesitarlo. Vimos gente saliendo de su casa, usando kayaks para llevar sus cosas, en la calle, el agua llegaba a la altura de la cadera. Pudimos hacer un par de viajes a la casa, ir a buscar comida, toallas para secarnos, una solución para ir al baño… Lo básico e imprescindible. Me gustó que ante la pregunta «necesitáis algo» la respuesta fuera «no, nada». Modo supervivencia. Con comida, agua, un techo, y un mínimo de higiene, no necesitábamos nada mas.
Habíamos estado toda la noche en contacto con Pablo y compañía. A ellos a penas les había entrado agua. La que les entró la pudieron achicar. Habían pasado la noche en vela pero a salvo. También estuve en contacto con mi familia, a quienes resumí lo sucedido: estábamos secos y a salvo, esperando mejorar nuestra situación, pero fuera de peligro. El radar mostró una tregua larga, se preveían varias horas sin lluvia, el nivel del agua empezaba a bajar muy lentamente, pero bajaba y decidimos movernos. Jorge y Carlos se fueron a inspeccionar primero. Fueron a ver si se podía llegar hasta casa de Pablo caminando, y si. Por lo visto su llegada fue épica. No creían que llegarían tan lejos y no iban precisamente preparados. Carlos iba en calzoncillos, que mojados dejaban poco a la imaginación. En la puerta de casa de Pablo estaban él y Marko hinchando un kayak para venirnos a buscar. Se emocionaron al ver a Carlos y Jorge , que caminaban costosamente con el agua por la pantorrilla, y bromearon con poner la canción de Terminator 2.
Volvieron a por nosotros y fuimos todos, por fin, a casa de Pablo. Estar 10 personas, 3 perros, 3 gatos y un conejo en una casa de 2 habitaciones y 1 estudio no es la situación ideal, pero los sofás, los colchones inflables, y la necesidad, hacen mucho. El camino no fue fácil. En las intersecciones había corrientes de agua mas o menos fuertes, íbamos por las aceras, donde el agua cubría menos, pero eso también implicaba que el suelo era mas inesperable. La tierra a veces se hunde, la hierba puede resbalar, el pavimento está mal puesto. Nunca sabias exactamente donde estabas pisando porque el agua era turbia y había que ir con mucho cuidado. El paisaje, por otro lado, era extrañamente hermoso. El barrio entero se había convertido en un pantano. Las aguas cubrían toda la calle, no se veía la carretera, ni la acera, ni la hierba. Sobresalían los árboles, algunos matorrales altos, y las casas tenían agua hasta la mitad. Todo estaba tranquilo, inmutable, silencioso, solo se oían las ranas. Era una belleza post-apocalíptica pero belleza al fin y al cabo. Se quedará para siempre grabado en mi retina. Pero en esas calles encontraron un caimán hacía a penas dos días, y en el agua de los bayous hay habitualmente tortugas de grandes mandíbulas que bien fácilmente te pueden arrancar un dedo, culebras, hormigas fuego que flotan hechas una bola. Mucha fauna no deseable en un agua literalmente llena de mierda. Debíamos ser rápidos.
Esa noche fue difícil. Durante el primer día, con la adrenalina del momento, uno no siente miedo, estás preparado para hacer lo que haya que hacer y ya está. Pero la segunda noche, al intentar dormir, me vino a la mente todo lo que acababa de pasar, toda la emoción, todo el peligro, me costó dormirme y mas aun permanecer dormida. Que los móviles estuvieran conectados aun sistema de alertas y sonaran todo el día advirtiendo de peligro de inundación y tornados, no ayuda. Me desperté muchas veces esa noche, miraba por la ventana, para ver por donde estaba el agua (que cubría la calle), o tocaba el suelo de la casa, para comprobar que estuviera seco. El temor de que la inundación se repitiera era agobiante (he tenido pesadillas durante semanas). Y mas porque ahora eramos 10 personas, una de ellas embarazada, y mas animales, en una casa mas pequeña, con un diminuto piso de arriba al que me daba mas claustrofobia que seguridad tener que subir. Afortunadamente no pasó nada. No llovió tanto así que no entró agua. La tercera noche todavía menos, y al cuarto día salió el sol. Hermoso hermoso sol.
A partir de entonces empezó otra odisea. Nuestro barrio estaba despejado, pero no toda la ciudad. Los aeropuertos seguían cerrados al igual que muchas carreteras. Marko y Sara pudieron viajar por fin a Midland por tierra. El resto ocupamos nuestros días enteros en ir a la casa de mis suegros y pasar horas y horas trabajando en ella. Arrancando moquetas, quitando parqué, tirando muebles y su contenido, cortando y arrancando las paredes… Fueron días duros física y emocionalmente. Tirar a la basura la casa en la que has invertido tus últimos 30 años, donde han crecido 4 hijos, no es fácil. Todo tiene una historia, todo tiene un recuerdo, todo es basura ahora. Tres días mas tarde Marta y Jose consiguieron subirse a un avión. Nos vinieron a ayudar también varios amigos de la familia, un primo de Carlos y un amigo suyo. Había mas gente que nos traían comida cada día y nos ofrecían lo que pudieran darnos. La comunidad se volcó en ayudar al prójimo. Amigos o familiares sobretodo, pero también desconocidos, voluntarios que iban de casa en casa ayudando donde hiciera falta. Aquello fue hermoso. Y si, me hizo sentir parte de la comunidad.
Tras el cuarto día trabajando en la casa, cuando el cuerpo ya no podía mas, y 6 días mas tarde del que era originalmente nuestro vuelo de vuelta, pudimos por fin subir a un avión y volar a Barcelona. La última noche fuimos a tomar algo con amigos. Algunos de ellos habían sido afectados también, otros no, pero ayudaban a los que si. Todos estábamos agotados y necesitados de una desconexión. Fue extraño salir de ese ambiente y ver a gente que no parecía cansada, llevaban vestidos, tacones, maquillaje, camisas planchadas… No, ellos no habían sido afectados. Vivíamos distintos mundos. Un tercio de la ciudad fue afectada, aquellos que viven en los suburbios, en zonas mas elevadas de la ciudad, no.
Nos fuimos con una sensación de abandono. De estar abandonando a aquellos que nos necesitan. Desde luego no fue una experiencia que a uno le apetezca repetir, pero una vez pasada la zona de peligro, nos alegramos de haber estado ahí, de haber podido ayudar a sus padres. Tener que haber hecho todo aquello solos hubiera sido muchísimo mas duro. Tampoco había mucho mas que pudiéramos hacer nosotros por ellos. Pero sabíamos que nada volvería a ser igual. Cuando volvamos no sabemos qué será de la casa, si la conservarán, si la echarán abajo, si la remodelarán por completo y será irreconocible. Avia, la abuela, también perdió la casa donde llevaba viviendo 60 años, donde crió a sus 6 hijos y acogió a sus 19 nietos. Solo saben que donde vayan irán los tres, pero Harvey ha marcado sin duda un antes y un después en la vida de nuestra familia y de todo el barrio, que augura desaparecer por encontrarse ahora en una zona en constante peligro de inundación.
El paisaje desde el avión era desolador. Mientras en nuestro barrio había bajado el agua relativamente rápido cuando las lluvias pararon a los 3 días, había barrios que no habían sido tan afortunados. Los diques que rodean la ciudad estaban llenos, y por temor de que desbordaran o reventaran, como ocurrió en Nueva Orleans, aun no había parado de llover y ya anunciaron que estarían soltando agua controladamente durante los siguientes 15 días. En esas zonas, en esos barrios, a pesar de que parara la lluvia, el agua no bajaba. Durante dos semanas sus casas seguían sumergidas en el pantano. Desde el avión vimos algunas de éstas zonas y otras mas al sur del Estado. Pudimos ver cuál era el curso natural del río y a su alrededor gigantescas zonas anegadas. Pudimos intuir urbanizaciones enteras de cuyas casas solo se veían los tejados.
Nosotros eramos privilegiados por que nos íbamos, pero los que se quedan tienen la peor parte. Ha pasado ya un mes de tirar recuerdos, de negociaciones con el seguro, de balancear opciones, de hacer números, y hasta la semana pasada mis suegros no parecían tener un plan definido de qué hacer con la casa. Les quedan por delante meses de obras mientras viven en un apartamento de alquiler. Números de 6 cifras de dólares en reconstruir el hogar, del que el seguro no les cubrirá ni la mitad. Y ellos son los afortunados. Ellos tienen trabajo, y aunque a los 60 años uno ahorra para la jubilación y no para comprarse otra casa, por lo menos tenían ahorros. Hay mucha gente que no tiene tanta suerte, que está mucho peor, y las ayudas del Estado dan para poco y menos. Especialmente porque nos íbamos de allí con los ojos puestos en el siguiente huracán, Irma, que azotó Florida unos días mas tarde (no sin antes pisar fuerte en otros países del golfo) y cuya población va a necesitar, también, una gran ayuda. Luego María golpeó Puerto Rico.
Ésto no es normal. Tres huracanes fuertes, mas fuertes de lo que uno puede recordar. Con patrones distintos, extraños. Que ni perdían fuerza ni se movían apenas en horas, en días. Que si no fueron tan mortales fue parte por suerte, parte por la rápida actuación. También los terremotos en México. Los incendios al norte del continente afectados por la sequía. Mas terremotos al otro lado del globo terráqueo. No era normal, pero es la nueva normalidad. Quién niega el cambio climático es ciego y sordo a voluntad. Cuando aterrizamos en Barcelona, el fenómeno post-atentado se había convertido en una pelea de niños de colegio, de «esto es tu culpa porque lo sabías y no me dijiste nada», de «eso te pasa por creer que sois autosuficientes y no preguntar», de «pues ahora me enfado y no te adjunto», y «pues ahora soy yo el que me voy pero por que quiero». Y cuando mas nos tenemos que unir para combatir un problema común, mas se centran en estupideces e ignoran el cielo cayendo sobre nuestras cabezas. Shame, shame…